miércoles, 20 de abril de 2011

EL MODO DE SER DE LOS JOVENES



EL MODO DE SER DE LOS JOVENES[1]


“… los jóvenes en cuanto a su modo de ser, son propensos a desear y hacer lo que desean. En cuanto a los deseos del cuerpo son especialmente inclinados a los sexuales e incapaces de dominarlos, aunque también son inconstantes y dados a aburrirse de sus deseos; desean vehemente pero se les pasa rápidamente. Y es que sus impulsos son agudos pero no intensos, como la sed y el hambre de los enfermos. Son temperamentales, vehementes e inclinados a la ira, y se dejan dominar por sus impulsos, pues por su pundonor no soportan sentirse menospreciados, sino que se irritan si creen que sufren un trato injusto. Son deseosos de prestigio pero lo son más de ganar, pues la juventud desea ardientemente la superioridad, y la victoria es una forma de superioridad. En cambio ambas cosas son más importantes para ellos que el deseo del dinero porque no han experimentado aún lo que significa su falta […] No tienen mal natural, sino bueno porque, aún no han conocido muchas perversidades. Son confiados porque aún no les han engañado muchas veces, y esperanzados, porque tienen un calor natural, semejante al que sienten los borrachos, además de porque aún no han fracasado muchas veces. La mayor parte de su vida está llena de esperanza, porque la esperanza se refiere al porvenir […] También son engañadizos, por lo dicho, pues se esperanzan con facilidad, y más valerosos, porque son impulsivos y llenos de esperanza: lo primero les quita el miedo, lo segundo les da ánimo, pues nadie teme cuando está indignado, y esperar un bien da ánimos. Además son vergonzosos, pues todavía no se plantean otras metas nobles, sino que están educados solo en las convenciones. Y magnánimos, pues aún no se han visto humillados por la vida ni han aprendido a qué nos vemos obligados, a más de que la magnanimidad implica que nos consideramos dignos de grandes logros, y eso es cosa de quien está lleno de esperanza. Prefieren realizar acciones hermosas mejor que provechosas, pues viven más de acuerdo con su modo de ser que con el cálculo, y es que el cálculo se refiere a lo provechoso, y la excelencia a lo hermoso. Son más amigos de sus amigos y de sus compañeros que los de las demás edades porque disfrutan de vivir en compañía y aún no eligen nada de acuerdo con el provecho, y en consecuencia tampoco a los amigos. Todos sus errores son por exceso de impetuosidad […] ya que todo lo hacen en exceso: aman en exceso, odian en exceso y en todo lo demás es por el estilo. Creen saberlo todo y están absolutamente seguros, y eso es el motivo de que todo lo hagan en exceso. Cometen agravios para injuriar, no por hacer daño. Son compasivos, porque suponen a todo el mundo noble y mejor de lo que es, pues miden al prójimo por el rasero de su propia inocencia, de suerte que suponen que sus sufrimientos son inmerecidos. Son propensos a reír y por ello también bromistas, pues la broma es una insolencia atemperada por la buena educación. Así es, pues, el modo de ser de los jóvenes”.

LAS PERSONAS MAYORES

Las personas mayores que ya han pasado la madurez tienen unos modos de ser que en su mayoría provienen de lo contrario de los de aquellos, pues por haber vivido muchos años y por haber sido engañados y haberse equivocado más veces, y porque la mayoría de lo que han hecho ha sido fútil, no dan nada por seguro, y todo es menos excesivo de lo que debe. Creen, no saben nada, y sumidos en la duda añaden siempre “quizás” y “tal vez” y todo lo dicen de este modo, pero nada con firmeza. Son malhumorados, pues el malhumor consiste en considerarlo todo por el lado peor. Son así mismo suspicaces por su desconfianza y desconfiados por su experiencia. No aman ni odian apasionadamente por el mismo motivo, sino que, … aman como si fueran a odiar y odian como si fueran a amar. Son pobres de espíritu porque han sido humillados por la vida, y en efecto no desean nada grande ni excesivo, sino lo necesario para vivir. Y son mezquinos, pues el dinero es una de las cosas que necesitan, además de que por experiencia saben que es difícil de ganar y fácil de perder. Son cobardes y en todo recelan un peligro, pues su disposición es la contraria a la de los jóvenes. Ellos se han enfriado, mientras que aquellos son ardorosos, de manera que la vejez abre camino a la cobardía, pues el miedo es una especie de enfriamiento. Aman la vida, especialmente en los últimos días, por el deseo de lo que les falta, pues lo que más deseamos es aquello de lo que carecemos. Son más egoístas de lo debido, pues eso es una forma de la pobreza de espíritu. Y viven mirando más de lo que se debe al provecho y no a la belleza, por lo egoístas que son, y es que lo provechoso es un bien para uno mismo, y lo hermoso, un bien en absoluto. Y son más desvergonzados que vergonzosos, porque como no se preocupan de lo hermoso tanto como de lo conveniente, no les importa lo que pueden pensar de ellos. Son poco dados a la esperanza por su experiencia, pues la mayor parte de lo que les ha pasado ha sido negativo porque la mayoría de las cosas acaban en lo peor, además de por su propia cobardía. Y viven más de recuerdos que de esperanzas, pues lo que les queda de vida es poco y lo ya vivido, mucho, y la esperanza se refiere al provenir, y el recuerdo, al pasado, lo cual es motivo de su charlatanería, ya que están continuamente hablando de lo que les ocurrió, pues disfrutan al recordarlo. Sus arrebatos son vivo pero sin fuerza, y los deseos, o les han abandonado o han perdido su fuerza, de suerte que no son apasionados ni dados a actuar según sus impulsos, sino sólo por el lucro. Por este motivo los de esta edad dan la impresión de ser moderados, porque sus deseos se han debilitado y son esclavos del lucro, así que viven más de acuerdo con el cálculo que con su modo de ser. Y es que el cálculo se refiere a lo provechoso, y la excelencia, a lo hermoso. Y cometen agravios para hacer daño, no para injuriar. Los viejos son también compasivos, pero no por el mismo motivo que los jóvenes, pues éstos lo son por amor a sus semejantes y aquellos por su debilidad, pues creen que todos los males les amenazan y eso era lo que provocaba la compasión. Por ello son también quejicosos y no bromistas ni propensos a reír, pues la propensión a quejarse es la contraria de la propensión a reír.

LOS HOMBRES MADUROS

Los hombres maduros evidentemente tendrán un modo de ser intermedio entre uno y otro, libre de los excesos de ambos, y no serán ni demasiado osados… ni demasiado miedosos, sino en un justo medio entre ambas actitudes; no confían en todos, pero tampoco desconfían de todos, sino que tienen un criterio más acorde con la realidad. Así que ni viven sólo para lo hermoso ni sólo para lo conveniente, sino para ambas cosas, ni tampoco por la cicatería ni el derroche, sino para lo que es adecuado. De modo similar ocurre con respecto a la ira o el deseo, y con el hecho de que son prudentes con valentía y valientes con prudencia. Estos modos de ser son en parte de jóvenes, en parte de viejos, pues los jóvenes son valientes e intemperantes y los viejos moderados y cobardes. Hablando en términos generales, el hombre maduro posee las cualidades provechosas que están distribuidas entre la juventud y la vejez, y se queda en un término medio y ajustado en las que una u otra se exceden o se quedan cortas. El cuerpo llega a su madurez entre los treinta y treinta y cinco años, y el alma más o menos un año antes de los cincuenta.


[1] Aristóteles. Retórica. 5ª Ed. Alianza Editorial. Madrid. 2004

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